Desde su llegada a la ciudad, Lourdes comenzó a desarrollar un apetito poco común. Todas las noches, cuando los grillos le cantaban a la luna, salía a su patio trasero para mojar un poco las plantas de su jardín. En realidad, le importaban un comino. Lo hacía porque le encantaba comer tierra húmeda.
Con
las semanas, su apetito se volvía insaciable. Ya no solo comía en las noches,
también llevaba consigo un tóper pequeño y discreto en la bolsa de su abrigo
por si se le antojaba en el transporte público o en la oficina. La consistencia
simulaba perfectamente las moronas de un pastel de chocolate hecho con tres
leches. Era un truco para los más tontos. Lo único que no podía esconder era su
incremento de peso.
Ella
ya lo sabía, no le importaba. Lo verdaderamente terrible eran las palabras de
todas las personas que se lo recordaban una y otra vez como algoritmo de
YouTube.
¿Acaso
creen que no tengo espejo? Me veo en él todos los días, y no me importa.
Fue
una noche de septiembre, días después de la celebración del grito de
independencia de México. Esta celebración es muy especial entre los mexicanos
porque es como si Jesús bajara del cielo y multiplicara el pozole (delicioso
manjar compuesto por granos de maíz, carne de puerco o pollo y especias) que
hay dentro de la hoya. Tendrás exquisito platillo por varios días. Te lo juro. El
pozole es tan delicioso y único que Lourdes tomó un poco de la hoya infinita.
Con cansancio lo condimentó y agregó su toque personal. Después su estómago
rugió como un oso pardo. Pasó sus manos sobre su abdomen buscando el origen del
malestar. Luego, un escalofrío le subió por el cuerpo como si estuviera sentada
sobre un hormiguero. En cuestión de segundos sus ojos se pusieron blancos como
lunas. Luchó contra los tensos músculos de su pecho que le exprimían la sangre del
corazón. Sus pulmones se contraían con cada jadeo y su piel suplicaba la muerte
con exagerados tonos morados. Sus manos fueron rápidamente a su garganta. Mientras
luchaba por respirar, sus pies se enredaron entre ellos haciéndola caer al
suelo. La tela de su ropa se rasgó. Fue entonces que su cuerpo escupió su
último suspiro.
Nadie
en el vecindario notó nada diferente o extraño hasta después de seis semanas.
Un olor a putrefacción alteró a las personas que pasaban por ahí. Un buen
ciudadano llamó las autoridades. Cuando llegaron, mucha gente los esperaba por
el simple motivo de conocer el chisme. Tendida, sobre el suelo, como una manta,
yacía la extensa piel de Lourdes.
Una
anciana se abrió camino entre la gente y los oficiales. Miró los restos por varios
segundos. Los escarabajos y las moscas carroñeras habían dejado la piel
intacta. Entraron por los orificios de su cuerpo, la devoraron por dentro y
luego se marcharon por donde llegaron. La anciana dejó salir un largo suspiro. Después
levantó la vista y recitó las siguientes palabras hacia la multitud.
Se
aproximan buenos tiempos. Nuestro señor desollado, Xipe-Tótec, ha recibido una
vez más, y con mucho entusiasmo, como cada año, nuestro sacrificio. El pozole
con carne humana siempre lo pone de buen humor. Y la prueba de ello: nos ha
obsequiado su piel para alimentar a su pueblo como lo dice la tradición. Ahora
solo debemos repartirla, como cada año, entre nuestras tierras, durante la
primera semana de octubre. Entonces habrá tierra fértil, digna para la moderna
Tenochtitlan.
Cuento publicado en Ciudades en el Cielo · Octubre, 2022.
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