Como
una mala canción que habita en la cabeza, Paulina y Víctor sabían lo que
sucedería si exploraban entre ellos su intimidad, y para el tiempo fue un
festín; a veces desayunaba gritos, comía vergüenzas y, antes de irse a la cama,
cenaba los más calurosos insultos y reproches.
Víctor no era más que una muralla
agrietada por las palabras ardientes de Paulina, no paraba de morderse las
uñas, y con el tiempo masajeándole los cansados hombros para hacerlo dormir, se
aferraba a que solo él podía darle solución. No se trataba de repulsión hacia
su pareja, ni de problemas de erección. Su conciencia se había ahogado dentro
del mundo de la pornografía, haciendo que su libido apenas y se arrastrara como
un monstruo moribundo, buscando a su próxima víctima.
Esa tarde, decidido, al salir de la
oficina, pasó a comprar un ramo de rosas, condones y un par de entradas para ir
al cine con la finalidad de terminar su día disfrutando de sexo salvaje. Esta
sería la última oportunidad que tendría antes de pensar siquiera que terminaría
como otro acto frustrado que arrojaría una sombra de horror dentro de su
cabeza. Al abrir la puerta de su casa, encontró a su mujer con las maletas
listas. Víctor sintió un nudo en la garganta. Paulina le besó la frente y con
una sonrisa de cómplice le hizo saber que no se marchaba sola, tenía planes que
involucraba a su pareja dentro de su primera experiencia swinger.
A Víctor casi se le cae la cara de
vergüenza, no paraba de recitar las preguntas frecuentes que surgen de la duda:
dónde, cuándo, cómo y, sobre todo, por qué. Paulina, con mucha calma, respondió
que era una fantasía que había postergado desde años atrás. Ahorró bastante
tiempo para el momento adecuado. Víctor se sonrojó aún más al oír esto, pero
todavía sentía que caminaba sobre clavos, no estaba listo para compartir a su
pareja. Entonces, un beso más de Paulina en sus labios ayudó a que pronto
estuvieran encaminándose en su primer viaje sexual.
Llegaron
a una ciudad donde, estaban seguros, nadie los reconocería. El hotel era de
lujo y, desde la sala de espera, Víctor miró a Paulina susurrarle al oído una
especie de palabra o clave secreta a la recepcionista, como si la estuviera
seduciendo con su suave voz de sirena. Sintió una excitación natural, salvaje y
aterradora al ver a las mujeres rosar sus mejillas. La recepcionista soltó una risa
traviesa y les pidió que la acompañaran.
Víctor recorría los elegantes
pasillos con la mirada. Pinturas y esculturas sombrías decoraban el lugar. Sin
embargo, su mente no dejaba de preguntarse desde hace cuánto tiempo Paulina
tenía esta fantasía y por qué no se la había compartido antes. ¿Habría más
secretos escondidos? Después, su mirada se clavó en las voluptuosas caderas de
la candente recepcionista, los imaginaba a los tres compartiendo la misma cama,
mientras le demostraba su gratitud a Paulina dando lo mejor de sí.
Llegaron a una habitación la cual se
presentaba con una elegante puerta roja, la sensual mujer les dio un par de
máscaras con las que accederían y luego se marchó, sembrándoles un poco de
misterio y lujuria con el roce de sus manos, dejándolos boquiabiertos. Víctor
se puso tenso como un árbol. Paulina encontró al miedo escondido dentro de los
ojos de su amado, y con un abrazo y un beso largo y suave dijo algo que Víctor
jamás olvidaría.
—No importa lo que suceda allá
adentro, somos el uno para el otro y nada ni nadie podrá cambiar eso—. Víctor
jamás hubiera pensado encontrarse embrollado en ese tipo de situación y no
sabía cómo reaccionar ante una propuesta que avanzó muy rápido y sin que se lo
consultara antes. El hombre dio un respiro muy largo, cerró los ojos y
caminaron hacia la oscuridad que tenían de frente, tomándose de las manos en
busca de encontrar aquello que perdieron dentro de su lugar seguro.
El evento ya había iniciado y, entre
ruidos, penumbra y sudor, se unieron muy despacio a la sinfonía sexual que
sonaba igual a los cantos del infierno. A la misma velocidad, sus ropas cayeron
al suelo con la única idea de dejarse llevar. Los besos fueron más cortos, las
caricias más rápidas y los jadeos más pronunciados. Sus manos apretaban, sus
cuerpos sudaban y sus pieles sentían como se les clavaban las miradas desde las
penumbras de una extraña habitación.
Una pareja, también desnuda, se les
acercó con la discreción y seguridad de un cazador. Paulina y Víctor se miraron
con ojos de complicidad y, sonrojados como un par de adolescentes traviesos,
aceptaron la invitación para intercambiar. Las caricias se volvieron masajes,
los masajes besos y los besos orgasmos. El aroma extraño no los detuvo. Víctor
se sentía igual que Thor, mientras que Paulina se movía con la agilidad de una
guerrera, dueña del mundo, y con toda la humanidad a sus pies.
En un movimiento inoportuno y
descuidado, Víctor perdió el equilibrio. Aquella mujer, de la que solo conocía
su sombra, extendió sus brazos para cuidar su balance, provocando que su palma
se estampara directo en el apagador. La habitación se iluminó por completo. La
última gota de excitación y placer se esfumó como si un mismo vaso se hubiera
bebido su propia vida. Sus narices dejaron de pasar oxígeno, el sudor se volvió
helado y sus ojos no podían creer tal repulsión; estaban rodeados de seres tan
coloridos como las caricaturas, pero con aspecto absurdo y perturbador, que
provocaban náuseas con solo verlos. No hubo tiempo para albergar esperanzas
razonables debido a que el corazón de ambos se detuvo haciéndolos caer al suelo
igual que una tabla.
La monstruosa pareja, contentos por
los nuevos aperitivos, apagaron las luces, y continuaron con la función hasta
la próxima madrugada. Ninguno de los vecinos supo lo que sucedió con Paulina y
Víctor, varios aseguraron verlos salir con todas esas maletas, pero no pensaron
que sería para siempre. La gente olvidó y la casa quedó sola por mucho tiempo
hasta que me encontró. Mi prometido y yo nos adueñamos de ella y nos deshicimos
de sus cosas. Remodelamos las habitaciones y, de vez en cuando, invitamos
parejas jóvenes para divertirnos. Sé todo esto porque con nosotros fue
intercambio, con nosotros desataron sus más violentas tormentas, con nosotros
tuvieron intimidad.
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