Canción para el silencio

 



1 de marzo del 2021

Cuando se nace inútil, eres capaz de sentir como la muerte acaricia tu aura, pero no te lleva. Necesita verte sufrir.

Hoy será el primer día donde mi vida dejará de ser tan miserable. Ya no habrá almohadas rellenas de insultos, ni cobijas tejidas con gritos, ni sentimientos de culpa que me deseen las buenas noches. Supongo que mis padres me extrañarán, cada uno a su manera. Mi padre llorará a oscuras en la sala, mirando aquellos videos mal grabados en su Sony 330X.  Mi madre, cada vez que coloque mi fotografía en el altar de día de muertos, sentirá un gran nudo en la garganta que la ahogará dentro de su valle de lágrimas.

Remember me through flash photography and screens. Remember me, special dreams…”

Desde que nací, tuve todo a mi alcance: videojuegos de realidad virtual y robots humanoides. Sin embargo, ya no había nada en el mundo que me sorprendiera. Las tareas de la escuela y los libros se volvieron una tortura. Mis padres no me dejaban salir por culpa de la pandemia, y cuando les cuestionaba por qué ellos sí podían, iniciaba una de las tantas discusiones del día.

En mi aislamiento, comencé a enamorarme de la música. Escuchaba de todo, pero una canción muy peculiar me supo seducirme: Special Needs de Placebo. El deley me transportaba al espacio, y la voz, entre cada verso, acariciaba mi jaula con ternura. Para el mundo era una simple canción, para mí, un descanso.

Varias veces llegué a creer que una mujer la interpretaba y me visitaba por las noches. Se escondía debajo de mi cama, la veía correr entre sombras, de una esquina a otra; se paseaba por el techo o me miraba desde un rincón. Su concierto era solo para mí, hasta que era interrumpido por el estrepitoso ruido de un jarrón, o de una silla, estrellándose contra la pared.

Las visitas de aquella intérprete fueron más frecuentes. Una noche no dejó de cantar mientras mis padres peleaban. Se levantó en la orilla de mi cama y extendió su mano frente a mí.

—Ven—. En lugar de causarme escalofrío o de hacer castañar mis dientes, sentí una especie de aire fresco limpiando mis pulmones, como si la calma me abrazara con el calor de sus brazos.

—Soy un inútil, no sé hacer nada.

—Para los humanos tal vez lo seas, pero para mí eres especial—. Era como si viera dentro de mis entrañas. Y sin saber que responder, me desmayé.

Just 19 this sucker's dream I guess I thought you had the flavour…

No era extraño que la mayor parte de mi vida estuviera solo. Me preguntaba si en verdad quisieron tenerme. Tal vez a mi madre le convenía embarazarse de un hombre muy rico, o mi padre había perdido una apuesta y su castigo era acortejarla. Quizás, de verdad, estuvieron enamorados en algún momento. Lo único claro era que las peleas iban subiendo de temperatura, como cuando una voz femenina amenazó con incendiarlo todo. “¡Solo estoy contigo por mi hijo! ¡O te carga la chingada a ti, o nos carga a todos!”. “¡Vieja pendeja, por mí tragas! ¡Órale, que nos cargue la chingada a todos!”.

Esa fue la única vez que en verdad me sentí sin propósito. Si en realidad les preocupaba a mis padres, ¿por qué jamás preguntaron cómo me iba en la escuela?, ¿o si había comido algo?, ¿qué estaba leyendo en la semana?, ¿o por qué no tengo amigos?

Cubrí mi rostro con la sabana, esperé la amorosa mano de mi madre sobre la mejilla cerciorándose que, por lo menos, siguiera respirando, pero solo la calma de la habitación me deseó las buenas noches. Entraron al baño, cayeron los chorros de agua que se formaban en el cabello largo de mi madre, la descarga del retrete, el toser de mi padre, y el clic del apagador. En mi mente, me refugié en las manos invisibles de quien cantaba entre gritos y sombras esperando serenarme. Esa noche, ella también me abandonó.

Al siguiente día, mi padre me despertó más temprano de lo habitual. Me dijo que no habría escuela. Tenía que arreglarme y colocarme guantes de nitrilo, cubrebocas y una mascarilla de plástico. Conocía una cafetería clandestina, ideal para una charla.

Fue directo al grano. Tenía que escoger entre vivir con él o con mi madre. Mi cerebro entendió lo siguiente: por un lado, todo el dinero del mundo, y por otro, un amor disfrazado de lástima para nunca abandonar a mi madre. Cualquiera en mi lugar hubiese preferido el dinero antes que cargar con la responsabilidad de auxiliar a quien debería cuidar de ti en primer lugar. Había idealizado tanto a mis padres que la realidad de conocerlos me caía como una cubeta de agua helada. Lo que más me enfadó fue que ni siquiera se interesó en pedirme una opinión. Le dije que lo pensaría esa noche.

Desde que llegué a casa —recostado en mi cama— las oscuras paredes sostienen al techo que se cae sobre mí, a pedazos, como si tuviera lepra. Sigo esperando mi canción. Mi padre alardea que ha comprado un arma, mi madre lo reta para ver si tiene los huevos de los que tanto presume. ¿A dónde puedes huir cuando eres tan joven y siendo un inútil?

Remember me when you're the one who's silver screen.

Remember me when you're the one you always dreamed…

—Ven—. Exclamó la soledad.

Cuando mi frente sintió la superficie de sus arenosos labios, mi cerebro se apagó. El caminar del sol, sobre el techo podrido, me sigue gritando que soy un hombre libre, pero ya no puedo moverme. Soy como soy, un inútil.

El tiempo no avanza en este lugar; duermo, despierto, repito. Ya no escucho a mis padres pelear. ¿Estaré muerto? ¿Ya me estarán extrañando?

La mujer salió de las sombras, me llama con su canto a la luz. Doy mi último suspiro, conozco la paz.

 

“Just 19 and dream obscene with six months off for bad behaviour… remember me”.

Cuento colaborativo y publicado en Ciudades en el Cielo · Agosto, 2023.

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